Por: Leslie Moreno/Salud con Lupa
Una capa grasosa y oscura flota entre los pilares del muelle principal de Ancón, un tradicional balneario al norte de Lima. Las personas que viven ahí han aprendido a convivir con ella durante el último año, luego del derrame de petróleo del 15 de enero del 2022. Una fecha que tendrán siempre presente.
Lo que empezó como un vertido de 0,16 barriles de petróleo, según informó Repsol, el gigante energético español responsable del incidente, luego pasó a 6 mil barriles. A finales de mes, las autoridades peruanas se enfrentaban a una catástrofe de grandes proporciones, estimando que se habían vertido más de 11 mil barriles de petróleo a las aguas del país.
“La contaminación todavía está en el fondo del mar”, dice Luis Chiroque, pescador desde hace 46 años y presidente de la Asociación Frente de Defensa de Pescadores Artesanales de Ancón (Pinteros). Él y sus compañeros recuerdan cómo era pescar con tranquilidad al seguir con una tradición que habían heredado de sus padres. El mar, dice, “es nuestra segunda casa, pero ya no vivimos de la misma forma”.
El derrame de la refinería La Pampilla S.A.A. (Relapasaa) –situada a 25 kilómetros al sur de Ancón, en Ventanilla, y administrada por Repsol desde 1996– ha sido considerado como el peor desastre ecológico ocurrido en Lima en los últimos tiempos. La expansión del crudo contaminó 15 mil hectáreas costeras y marinas y, como consecuencia, cerca de 10 mil personas fueron afectadas y más de 1850 animales murieron. Las olas anormales luego de la erupción de un volcán submarino cerca de Tonga habrían provocado el vertido, aunque el gobierno peruano se apresuró a señalar también la supuesta negligencia de Repsol.