En un mundo donde los símbolos y tradiciones aún pesan, el llamado “privilegio del blanco” se convierte en una de las expresiones más exclusivas del protocolo vaticano. Solo un puñado de mujeres —todas miembros de casas reales católicas— puede vestir de blanco en presencia del papa, en contraste con la norma general que exige a las mujeres llevar atuendo negro, símbolo de respeto y sobriedad. Este privilegio no es solo estético, sino un reflejo del estrecho vínculo entre ciertas monarquías y la Iglesia católica.
Reinas como Letizia de España, Matilde de Bélgica y la Gran Duquesa de Luxemburgo figuran entre las pocas mujeres autorizadas a usar blanco y mantilla durante audiencias o ceremonias con el santo padre. Se trata de una distinción basada en siglos de historia diplomática y fidelidad religiosa, que trasciende lo visual y representa la pureza doctrinal y la posición privilegiada de esas monarquías dentro del mundo católico.
Este privilegio no se concede por fe personal, sino por la religión oficial del Estado al que representan. Por ello, aunque la reina Máxima de los Países Bajos es católica, no puede vestir de blanco ante el papa, ya que la Casa Real neerlandesa tiene raíces protestantes. La tradición, respaldada por documentos oficiales del Vaticano, también limita su aplicación a actos de gran solemnidad y relevancia litúrgica.
La reciente aparición de la reina Letizia vestida de blanco en la misa inaugural del pontificado del papa León XIV generó un gran impacto mediático y viralizó el tema en redes sociales. En un entorno global donde la moda, el poder y la fe se entrelazan, esta imagen resucitó una vieja tradición que sigue vigente y nos recuerda que, incluso en el siglo XXI, el simbolismo católico conserva su influencia en los salones más altos del poder mundial.