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The Cure y las razones por las que son inmortales

Banda británica ofreció sensacional concierto en Lima después de 10 años

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DIARIO VIRAL

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El gran Jimmy Hendrix no se equivocó al definir la música. El eximio guitarrista dijo, alguna vez, que la música es algo espiritual. “Puedes hipnotizar a las personas con la música y, cuando los tengas en su punto más débil, puedes predicar a sus subconscientes lo que deseas decirles”.

Este concepto se puede aplicar a la música de The Cure. Lima vivió una segunda sesión con los ídolos británicos después de transcurridos 10 años de su primera presentación en abril de 2013 en el Estadio Nacional. Ayer, el escenario fue distinto (Estadio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos), pero el espíritu y la nostalgia fueron las mismas.

Y es que Robert Smith encandila. Los años pasan, es cierto, pero la magia y el misticismo del vocalista perduran, su conexión con el público, supeditada a escasos diálogos entre canción y canción y, por supuesto, su música, es lo que realmente importa y trasciende.

Bordeaban las 8:30 de la noche y el estruendo de una “copiosa lluvia” era el inicio del concierto. El grupo aparece sobre el escenario. Con asombrosa tranquilidad, toman sus posiciones, a la espera de que el líder asome y de la orden respectiva. Smith lo hace, camina lentamente sobre el escenario, como si meditara, concentrándose en lo que será su performance y, a la vez, se alimenta de una ovación estruendosa que le da la bienvenida.

 

Alone rompe fuegos. El ambiente era el mejor. Luces muy tenues, con claro predominio de la oscuridad; humo que asumía el color que predominaba en ese momento sobre el escenario, es decir, el paisaje perfecto de lo que sería una noche que deseábamos nunca termine.

Pictures Of You y High completan este primer trío de canciones que abrió la noche. No había mucho tiempo para tomar aire. A Night Like This (una noche como esta) nos hace sentir especiales con The Cure al frente, y los acordes de Lovesong reanudan la marcha. El público ya estaba transportado hacia aquella década (1980), considerada por muchos como la más creativa en lo que a música se refiere.

And Nothing is Forever y Burn, tema comprendido en el soundtrack del film The Crow de 1994, mantienen al público en esa especie de trance del que no es posible salir (del que no queremos salir), para luego dar pase a Fascination StreetKyoto Song y Push.

Hasta que llega el momento del dúo new wave por excelencia. In Between Days, nostalgia pura de una infancia-adolescencia que marcó la vida de muchos de los que estuvimos allí, retumba el recinto deportivo para, seguidamente, dar paso a la excepcional Just Like Heaven, canción infaltable en los conciertos de los británicos. Robert Smith dijo en alguna ocasión que no concebía un concierto de The Cure sin tocar Just Like Heaven por lo mucho que significa esa canción para él. ¡Cuánta razón tiene!

At Night y Play for Today mantienen la marcha, para luego escuchar A Forest, otro himno generacional, y en el que se puede apreciar toda la virtuosidad de Simon Gallup en el bajo. 

Punto aparte para él. Un maestro. Considerado como el verdadero gestor del sonido The Cure, Gallup, ataviado con una camiseta de Iron Maiden, una de sus bandas favoritas, permanece incólume, con rostro casi inexpresivo, concentrado en sus cuatro cuerdas, derrochando clase, prestancia, poder. Es perfecto en el complemento con Smith. 

La poderosa Shake Dog ShakeFrom the Edge of the Deep Green Sea y Endsong nos mantienen en ese vilo eterno, nocturno, incandescente. Smith y compañía no nos dejan de sorprender. Fue una ráfaga de nostalgia y música que perfora nuestras mentes, pero, especialmente, nuestros corazones.

Llega el primer encore de la noche. Pero no pasaron más que dos minutos para que la banda vuelva al escenario y continúen con It Can Never Be The SameWantCharlotte SometimesPlay Song Desintegration. Smith parece obnubilado, sonríe, mira a la gente. Sus ojos cubiertos de sombras negras, clásico en él, destellan, dicen muchas cosas, agradecen.


El segundo encore pasó casi desapercibido, pues duró menos que el anterior y es aquí que empieza el cierre de una fiesta que no queríamos que termine. Lullaby se deja escuchar, enmarcada por una araña tejiendo su tela en la pantalla gigante sobre el escenario. Prosiguen la dinámica The Walk y Friday I’m In Love, aquel tema que nos dice que los viernes son para enamorarnos, pero con The Cure en la mente y el corazón, no hay un día predeterminado para el amor.

Close To Me reinicia el baile de aquellos seres abrazados por la oscuridad limeña, ritmos que se mantienen con Why I Can Be You y, para el cierre, la archiconocida Boy’s Don’t Cry y el pasaporte final a una nostalgia eterna, efervescente, incombustible.

Fueron 29 canciones que nos transportaron a una era inigualable, prácticamente insuperable. Smith se despide de su público peruano con la esperanza de un pronto reencuentro. Que no pasen otros 10 años; resultaría injusto esperar tanto tiempo para tener nuevamente este privilegio. Sí, la inmortalidad existe, The Cure es la prueba de ello.

Fuente: Trome
 

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