El mundo fue testigo de la crudeza de la guerra en tiempo real. En una impactante transmisión de Al Jazeera, un periodista siguió reportando en vivo mientras las bombas israelíes caían sobre el cuartel general del Estado Mayor sirio en Damasco. Las explosiones sacudieron el aire, pero él no dejó de hablar, no dejó de contar. Era su voz frente al estruendo de la muerte.
En las imágenes difundidas por la agencia Reuters, se observa cómo el corresponsal sostiene el micrófono con firmeza mientras la primera detonación estalla detrás de él. Apenas segundos después, una segunda y luego dos explosiones más rompen el cielo.
El ataque dejó, según la agencia EFE, tres muertos y al menos 34 heridos. El periodista, aún en medio del caos, no se retira. Sigue narrando, como si el deber informativo fuera más fuerte que el miedo.
Este ataque se produjo apenas tres horas después de otro bombardeo contra la misma sede militar, el primero en la capital desde que estallaron violentos enfrentamientos entre el régimen sirio y grupos armados de la minoría drusa en el sur del país.
La secuencia de agresiones revela una escalada que ha encendido las alertas internacionales y ha puesto en evidencia la fragilidad de la región.
El Ejército israelí confirmó en un comunicado que los ataques apuntaban al cuartel desde donde -afirman- se coordinan ofensivas contra la comunidad drusa en Al Sueida. También anunciaron otro bombardeo contra un objetivo cercano al Palacio Presidencial.
Desde el lunes, Israel ha intensificado sus acciones aéreas en la zona como una estrategia de contención fronteriza y, aseguran, en defensa de los drusos.
Pero más allá de las cifras y los comunicados, la escena que quedará grabada en la retina global es la del reportero, solo ante la devastación, informando para el mundo.