La noticia de un golpe de Estado en un país muy alejado del nuestro como Gabón puede parecer sin interés en vista de las urgencias y dificultades que enfrentamos. Pero es útil recordar que siguen en acecho las fuerzas orientadas al retroceso en el camino que hemos recorrido hacia una democracia consolidada y una economía abierta.
Minutos después de que el Tribunal Electoral diera a conocer los resultados de las elecciones realizadas el domingo pasado, un grupo de jefes militares decidió invadir el palacio presidencial, detener al presidente-candidato Alí Bongo y proclamar la formación de un gobierno de emergencia y salvación nacional.
El discurso de los exitosos golpistas gaboneses recuerda como una gota de agua al pronunciado por Alberto Fujimori en 1992 y Pedro Castillo treinta años después. El actual dictador reprocha al derrocado presidente fraude, corrupción y voluntad de perpetuarse en el poder.
Es cierto que Bongo llevaba ya 14 años en la presidencia y que las elecciones se llevaron a cabo sin Misiones de Observación ni prensa libre, con corte de internet y toque de queda. Productor de manganeso y antigua colonia francesa, Gabón ha seguido el mal camino dictatorial emprendido hace pocas semanas por Níger y un poco antes por Mali.
El golpe ha sido mal recibido en Europa, Estados Unidos, Rusia y China. Es probable que en el África solo sea celebrado por los que aspiran a la separación del mundo occidental y en el peor de los casos a la vulnerabilidad frente a los grupos islamistas decididos a imponer las formas más conservadoras de la intolerancia religiosa y el sometimiento de las mujeres.
No hay peor señal sobre las intenciones de una maniobra política que atizar el nacionalismo y el sentimiento de superioridad étnica, así como atribuir todos los males a la herencia colonial. La democracia es una conquista reciente y frágil, la ambición autoritaria es una constante milenaria en la historia de todos los pueblos.