En los albores del siglo XX, el legendario forajido norteamericano Butch Cassidy –su verdadero nombre era Robert Leroy Parker (1866-1908)– había decidido que era tiempo de abandonar su teatro de operaciones delictivas de Wyoming (Estados Unidos de América) junto con su compañero, apodado el Sundance Kid (Harry Alonzo Longabaugh, 1867-1908). El bandido colocó su dedo ennegrecido de pólvora, gastado por el gatillo de su revólver Colt, en la esfera de un mapamundi para buscar un sitio que fuera alejado y, al mismo tiempo, familiar.
Poco tuvo que girar la esfera de latón hasta que su vista se clavó en el extremo austral de América, detrás de un nombre misterioso con timbre atractivo: Patagonia. La Patagonia era un territorio terminal de Sudamérica, donde el continente se hundía en los mares que rodean la Antártida, la gran roca polar a la que permanece secretamente unida bajo las aguas australes por la cordillera de los Andes, cuyas montañas resurgen para conformar la península Antártica.
Entre los ríos que descienden con el deshielo de los Andes hacia una y otra vertiente sudamericana, hay dos que marcan el inicio de la Patagonia. El Bío-Bío, por territorio chileno hacia el océano Pacífico, y por el este hacia el Atlántico, atravesando el territorio argentino, el Colorado. Al sur de ambos cursos de agua y por las dos vertientes de los Andes, se extiende esta enigmática región que en la República Argentina abarca las provincias del Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, y también la provincia de La Pampa, agregada con un criterio más político que geográfico.