Avizorar una ‘chiclayanidad’ en proceso de formación a mediados del siglo pasado, cuando la cultura era todavía una dimensión en segundo plano, es uno de los méritos de Alfonso Tello Marchena, el poeta, maestro, periodista y artista autodidacta cuyo centenario será motivo de celebración en el Club Lambayeque.
Nacido el 25 de marzo de 1923 en la antigua hacienda azucarera de Cayaltí, en la década de 1960 “Tello Marchena es ya un polifacético cantor popular que cultiva una serie de facetas y alcanza un importante nivel de identificación con su pueblo, Chiclayo”, afirma el investigador y catedrático Marco Barboza Tello.
No solo motivo poético, sino también vivencia personal, Chiclayo y sus problemas son el foco de las reflexiones de Tello, una producción en prosa llevada a ensayos y artículos periodísticos que alcanzan, en varios momentos, el nivel de la crítica y la denuncia.
Como reconocimiento a su labor, el poeta es invitado a sumarse como profesor al emblemático Colegio Nacional San José de Chiclayo. Sin embargo, “no hay en él pretensión de convertirse en científico social ni nada por el estilo”, sino que madura para insistir en el canto a su tierra, explica Marco Barboza.
El canto es una factura importante en el trabajo de este personaje autodidacta, es el sello que columbra naturalmente su vida, añade.
“Cuando a los filósofos se les pregunta quiénes llegaron primero, si los filósofos o los poetas, ellos reconocen que los poetas estuvieron primero –compara el investigador–. De modo que la voz de Tello es, también, el canto auspicioso de su ciudad”.
Una voz por la chiclayanidad
A escala mundial, la mitad del siglo XX emerge como etapa de conflagración. “Ahora, en el espacio específico del Norte peruano, se percibe una relativa expectación por lo que pueden ser el despegue y el desarrollo de las ciudades, ya en un escenario de posguerra”.
Y es allí cuando la capital de Lambayeque inicia procesos de modernización que crean tensiones con la tradición de una ‘chiclayanidad’ que va tomando cuerpo con el aporte de sus intelectuales y artistas. Por ejemplo, para inicios de la década de 1960 Tello Marchena expresa una prosa muy sentida respecto de la destrucción de la Iglesia Matriz de la ciudad.
“Es un tema muy interesante –observa Barboza, nieto de Tello–. Destruyen un templo con siglos de historia básicamente para construir una playa de estacionamiento… y eso él lo denuncia en sus artículos periodísticos”.
“En asuntos como ese se puede notar el filo de compromiso social de mi abuelo con elementos básicos de la tradición chiclayana; él tiene esa preocupación, está vinculado con la culinaria, con la protección de un patrimonio descuidado, con las costumbres, habla de las calles de su tierra, escribe de su gente”.
De allí que no resulte extraño el proceso de hominización poética de una ciudad a la que mira con algo de nostalgia, pero también con esperanza. “Así, en los cantos de Tello, Chiclayo es ‘Chiclayo hermano’, ‘Chiclayo viejo’, ‘Francisco Chiclayo’ –acota Barboza–; esa es la voz del poeta Tello Marchena”.
“Mi abuelo hablaba ya de la ‘chiclayanidad’ con una fuerza particular y lo hacía siempre en términos revalorizadores, incorporando elementos que en esa etapa, a nivel general, no tenían el peso que él les atribuye pero que son potentes desde la mirada de la cultura. Eso, en términos de anticipación, me parece muy valioso”.