En una ciudad donde los restaurantes se multiplican cada día, El charrúa se ha convertido en un símbolo de autenticidad y constancia. Su fundador, José Ramenghi, ha construido un refugio de brasas y amistad en plena avenida Javier Prado. Con una sonrisa serena, sostiene que su secreto está en la sencillez: “Tener más es tener menos vida”, afirma, convencido de que la calidad no se multiplica, se cuida.
Ramenghi llegó al Perú desde Uruguay hace más de cuarenta años. Empezó desde abajo, como mozo y cocinero, hasta que logró abrir su propio local. Hoy, tras recibir nuevamente el Premio Summum en la categoría Carnes y Parrilla, recuerda sus inicios con gratitud. “He trabajado muchos años, ya creo que me toca disfrutar un poco más”, confiesa mientras elige un buen corte en la cocina, su espacio natural.
A pesar del éxito, José nunca quiso expandirse. “En algún momento lo consideré, pero después dije: no, mejor me quedo acá nomás y no me voy a estresar más”, cuenta con honestidad. Sabe que un restaurante exige presencia, atención constante a los detalles y cercanía con los clientes. “Este es un negocio donde el cliente descansa y nosotros trabajamos. No hay fines de semana ni feriados”, resume con orgullo.
La pasión por la parrilla se refleja en cada plato. “La dedicación, la pasión y el querer hacer las cosas bien” son, según él, la clave del éxito. Trabaja con carnes argentinas, uruguayas y peruanas, cuidando cada cocción al gusto exacto del cliente. “Toda la vida he pensado que hay que hacer bien las cosas, con dedicación y entrega. Y eso es El Charrúa: el reflejo de un trabajo donde he dado todo, y hoy la gente lo reconoce”.
A sus años, José ya no busca más premios ni expansión. “Ahora quiero viajar, conocer, vivir. La idea no es trabajar hasta dejar de vivir, sino trabajar para poder disfrutar”, dice mientras sonríe entre anécdotas y aromas de parrilla. En El Charrúa, cada fuego encendido cuenta la historia de un hombre que encontró en Lima su hogar y en la carne, su mejor manera de agradecer.
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