El santuario de Santa Rosa de Quives abrió sus puertas a las siete de la mañana y ya había una cola con decenas de feligreses. Aprovechan y leen las frases de la santa: “El amor es duro, pero es nuestra esencia”. Querían ser los primeros en ingresar y visitar la ermita donde, se cuenta, la futura religiosa hacia penitencia y afinaba sus oraciones, en vía directa, con el Cielo.
La cola para la ermita aumentaba conforme avanzaba la mañana del miércoles 30 y se multiplicaban visitantes y ambulantes y el contingente policial vigilaba el paso en orden de la feligresía. La espera era menos densa al reflexionar con otra frase: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús”.
La pieza fundamental del altar interior es la piedra donde se cuenta que la joven mística se reclinaba para orar. En el segundo ambiente está la celda, pequeña, donde Rosa oraba.
Luego las familias –porque la mayoría llegaba con la parentela– cruzaban la explanada donde al mediodía se oficiaría una misa y al otro extremo hacían otra cola, una más breve, para ingresar a la iglesia donde, se cuenta, la mística, a los 11 años, recibió el sacramento de la confirmación por Santo Toribio de Mogrovejo. Fue en ese acto que Isabel Flores de Oliva (1586-1617) recibió el nombre de Rosa, con el cual se inmortalizaría.
Una tercera cola adyacente era para quienes querían recorrer el pequeño museo que recordaba el paso de la santa por estas tierras canteñas.
Fiesta en el pueblo
“Aparte de la cruz, no hay otra escalera por la que podamos llegar al cielo”, decía la santa.
Como cada 30 de agosto, las calles del pequeño pueblo canteño no se daban abasto para estacionar tanto auto, camioneta, ómnibus, combi que venían aprovechando el feriado y los restaurantes abrían venturosos con sus ofertas gastronómicas de chicharrones, cuyes, pachamancas y otras viandas.
Y más que adquirir agua bendita o solicitar los servicios de los fotógrafos, que ofrecían revelado al paso incluso en la propia ermita, los repelentes eran, de lejos, el objeto más cotizado del feriado y a 900 metros sobre el nivel del mar.
El culto alrededor de Santa Rosa de Lima incluye, cómo no, depositar cartitas en un pozo con los pedidos dirigidos a la patrona del Perú, las Américas y Filipinas, que, me asegurarán, no falla en sus milagros.
Historia de Quives
En las postrimerías del siglo XVI, este diminuto pueblo serrano solo se llamaba Quives y aquí vivió la futura santa, pues su padre, don Gaspar Flores, llegó para administrar una mina cercana entre 1596 y 1604.
Había llegado a los 10 años y viviría aquí hasta que cumplió 17; retornó con su familia a Lima y se convierte en terciaria de la orden de Santo Domingo.
“Le hice la promesa que iba a venir hasta que muera porque me hizo un milagro”. A sus 63 años, la señora Flor Alvarado lleva más de cuatro décadas viniendo indefectiblemente cada año a orar a Santa Rosita. Con seis hijos, 11 nietos y cuatro bisnietos, continúa cumpliendo su promesa. Y, como no hay hoteles, viene desde Puente Piedra con sus carpas y se queda a pernoctar en la plaza del pueblo.
¿No teme dormir en la calle? Es muy seguro, dice, porque en el colegio pernoctan los policías que vienen a brindar seguridad, y en la víspera se arma la fiesta con la banda, y aprovecha para bailar.
En cambio, es la primera vez que el motero Elvis Polino ha llegado hasta Santa Rosa de Quives haciendo rugir sus dos ruedas junto a la patota de 10 motos del Club Biker Almas Libres. Les ha encantado el ambiente y ya lo tienen apuntado para el itinerario 2024.
El señor Juan Peña se decidió finalmente a venir con su familia después de escuchar por años a sus hermanas y su nuera –todas enfermeras, todas devotas de su patrona– de cómo se vive la fe cada 30 de agosto en el santuario de Santa Rosa de Quives. Aunque le tomó un par de horas hacer las colas, tanto para visitar la ermita de la religiosa como la iglesia y la gruta donde se le encienden velas y la gente ora, nada lo desanimó y jura que volverá el próximo año.
A la señora Tali León le faltan manos: la joven mamá carga a su bebé, y tiene que estar atenta para sus otros dos hijos y su sobrina, y, de paso, darse maña para tomarse una selfie de su primera visita al santuario.
Testimonio de milagros
Otro grupo de feligreses ya suma un tiempo medio llegando aquí cada 30 de agosto. El adusto señor Miguel Puma mira con desconfianza al preguntón periodista y se toma una pausa, apoyándose en su muleta, para contar que ya son ocho años los que viene con fe a orar a Santa Rosa en su santuario. “Es milagrosa”, asegura el caballero que nunca va al santuario de la avenida Tacna en la capital, sus razones tendrá. Él ora con su esposa por ellos, por los familiares postrados, por una niña con discapacidad. Van ocho años y lo seguirá volviendo a hacer.
Hermila Basaría ya se acostumbró, desde hace seis años, a los cientos de visitantes con los que avanza cada 30 en Quives. Por eso, siempre llega la noche anterior y se va a pie juntillas después de la misa del mediodía, que se oficia en la explanada porque en la pequeña iglesia no entraría ni un ciento de feligreses.
Ella también retorna anualmente cumpliendo una promesa personal que le hizo a la santa; en el kilómetro 22 de la avenida Túpac Amaru toma los colectivos que por 6 a 10 soles (dependiendo de la demanda) la transportan hasta Quives. Y ahora parte con el corazón rebosante de fe.
Fuente: Andina