Por mucho tiempo, la Semana Santa en Arequipa fue sinónimo de recogimiento, devoción y costumbres compartidas en comunidad. Sin embargo, hoy, muchas de esas tradiciones han comenzado a desvanecerse, y con ellas, una parte importante de la identidad cultural de la ciudad. Ya no se siente, como antes, ese aire solemne que marcaba los días santos; en su lugar, la modernidad y el turismo han transformado la vivencia religiosa en algo más superficial.
Una de las costumbres que ha desaparecido casi por completo es el silencio del Viernes Santo. Antes, las radios callaban, los canales suspendían su programación habitual, y el bullicio urbano bajaba de intensidad. Era un día de respeto, donde incluso los negocios cerraban sus puertas. Hoy, sin embargo, es común ver conciertos, centros comerciales llenos y redes sociales saturadas de promociones, lo que contrasta con el espíritu de recogimiento que caracterizaba a esta fecha.
Tampoco se observa ya con frecuencia la tradicional visita a los siete templos el Jueves Santo. Esta práctica, que convocaba a familias enteras a recorrer el centro histórico, se ha visto reemplazada por actividades recreativas o simplemente ignorada. Del mismo modo, la costumbre de no consumir carne ha perdido fuerza, siendo común ver parrillas encendidas incluso en Viernes Santo, algo impensables décadas atrás.
Las procesiones, si bien aún se realizan, han perdido fuerza simbólica. La participación ha disminuido, especialmente entre los jóvenes, que muchas veces ven en el feriado una oportunidad para viajar o descansar, más que para reflexionar. Incluso los cantos tradicionales, como los que se entonaban en las iglesias con coros o instrumentos andinos, han sido sustituidos por altavoces y pistas grabadas.
No se trata de condenar el cambio, sino de preguntarnos qué estamos perdiendo. Las tradiciones no son solo actos religiosos: son parte del tejido cultural que da sentido a nuestra vida en comunidad. Recuperarlas no implica retroceder, sino recordar que también somos herederos de una memoria que merece ser honrada. Porque una ciudad que olvida sus costumbres, corre el riesgo de olvidar también quién es. Y Arequipa, con su historia viva y orgullosa, merece recordarse a sí misma.