Ayer un amigo me escribía por redes sociales: “Ahora que está lloviendo en Lima, espero que a los capitalinos les importe la situación del resto del país que todos los años sufren lluvias peores”. Yo le respondí: “Dudo que les importe, pero por lo menos ahora saben lo que se siente”. Esa dura, fría y breve conversación me remontó a los años de la violencia política, cuando entre 1980 y 1992, los terroristas de Sendero Luminoso aniquilaban poblaciones enteras en la sierra y selva peruana, sin que a los limeños se les moviera un pelo. Hasta que sucedió el atentado de Tarata y recién sintieron en carne propia el dolor y destrucción que por más de una década sufrieron nuestros compatriotas al interior del país.
El racismo, discriminación y menosprecio al otro, al diferente, es una constante de nuestra historia nacional, es uno de esos problemas clásicos que no tenemos claro cuándo o por qué apareció, pero que si tenemos la seguridad de que nunca se solucionará. Y también es cierto que, ante ciertas situaciones extremas, como las que vive ahora nuestro país, se hace más palpable. Para muestra algunos botones: la comidilla periodística en tiempos de crisis es entrevistar a los protagonistas, es decir, a los afectados: gente pobre que vive cerca de las zonas de riesgo.
La pregunta obligada es: ¿Y por qué construyó su casa en este lugar tan peligroso? Ante esta pregunta, que más parece una sentencia o reprimenda, casi todos los damnificados no responden, solo una señora valiente dijo: “¿Y dónde construyo mi casa? ¡Dame un terreno por donde tú vives!”. Lo que no ven los medios y obviamente no muestran es que la gente no establece sus viviendas en zonas de peligro porque quieren o porque les gusta la adrenalina de vivir en zonas prohibidas, lo hacen porque no tienen el dinero para comprar una casa o departamento en una zona residencial de la ciudad. Solo les queda los lugares que nadie quiere: la periferia (riveras de ríos, quebradas, faldas de volcanes y cerros).
Por otro lado, es imperdonable el actuar de nuestros políticos, en especial de la derecha. Hace unos días, con todo el odio y discriminación posible, la derecha parlamentaria pedía que el ejército meta bala a diestra y siniestra contra manifestantes. Ahora, con todo amor y solidaridad, pide apoyo y donaciones para los afectados por los huaicos. Y ni qué decir de los parlamentarios que se fueron de viaje en plena emergencia nacional.
Y, ¿el gobierno? Cumpliendo con la tradición populista del fujimorismo, la presidenta fue a hacer acto de presencia a algunas regiones afectadas, sin llevar ningún tipo de ayuda real e incluso, en un acto de honestidad poco usual en ella, a reconocer que no cuenta con los recursos para atender la emergencia. Pero si tiene dinero (cerca de S/24 millones) para comprar bombas lacrimógenas y equipo en contra de la gente. Prioridades del gobierno.