Las recientes cifras del INEI confirman un avance que muchos esperaban: la pobreza extrema en el Perú descendió del 6.2 % al 5.7 %, y la pobreza monetaria general se redujo del 29 % al 27.6 % en 2024. No obstante, lo que podría parecer una buena noticia es, en realidad, un punto de inflexión. La pobreza ya no solo se vive en los campos andinos o en comunidades rurales; ahora, como bien señaló el jefe del INEI, tiene un rostro urbano, como Diario Viral lo reveló con antelación desde el lunes 19 de mayo en sus reportajes del tema en la página 3.
Este desplazamiento territorial exige al Estado rediseñar por completo sus estrategias de intervención. Durante años, los programas sociales se enfocaron con cierto éxito en las zonas rurales, donde el impacto fue directo y visible. Pero los nuevos focos de pobreza, más difusos y concentrados en ciudades cada vez más desbordadas, suponen un reto diferente: pobreza entre la informalidad, hacinamiento, desempleo juvenil y servicios públicos colapsados.
Además, hay una trampa silenciosa en el uso de porcentajes. Que baje la pobreza extrema en décimas no significa que la vida de millones haya mejorado sustancialmente. La sostenibilidad es clave, y las estadísticas deben acompañarse de políticas públicas que apunten al desarrollo real: acceso a vivienda digna, educación de calidad, salud preventiva y empleo formal, sobre todo en los cinturones urbanos.
El Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) confirmó que la pobreza extrema en el Perú experimentó una disminución durante el 2024, pero también advirtió sobre un nuevo reto para el Estado: su rostro ahora se percibe más urbano.