La pregunta después del mensaje por Fiestas Patrias de Dina Boluarte surge: ¿Cuándo oiremos de un presidente con agallas ofreciendo lo que en verdad necesita el país: reducir el tamaño del Estado?
1.5 millones de empleados públicos, en los tres niveles de gobierno, no solo estorban sino que, además, le hacen la vida imposible a la población. En los municipios, los fiscalizadores cierran negocios, edificaciones en curso y persiguen a comerciantes informales hasta arrebatarles sus mercaderías.
En el 2000, después de privatizar empresas estatales, la burocracia pública sumaba 800 000 empleados. Durante el septenato velasquista (1968-1975) se crearon 175 empresas públicas que fueron una carga para el país en lugar de locomotoras de empuje.
Ni Fernando Belaunde ni Alan García revirtieron la situación. Las mineras ofrecían divisas, pero no eran prósperas ni competitivas. La idea de “la minería contamina” surge por esa irresponsable administración estatal. Además de indiferentes con el medio ambiente y sin capacidad para modernizar las operaciones.
La obsolescencia era la constante. Los puestos de trabajo en el Estado eran heredables. Accedían los hijos de los trabajadores entusiasmados con los revolucionarios.
Triste ver chalecos rojos (en municipalidades tomadas por los comunistas) y de otros colores parados en esquinas sin realizar actividades productivas. Más triste todavía ver diplomados haciendo tareas de portapliegos.
Fue un gran error crear los ministerios del Ambiente, de la Mujer, Cultura e Inclusión, debieron ser dependencias de ministerios afines.
Pero el daño ya está hecho. No hay quien se atreva a revertirlo. Existe la creencia que es impopular. Mientras tanto, la anemia –consecuencia más por ignorancia que pobreza- destruye el desarrollo cognitivo de la población.
Asimismo, asoma la recesión por la ausencia de inversiones privadas y caída de la producción nacional. Estamos frente al escenario perfecto para los totalitarios: gente enferma, pobre y sin capacidad para razonar, aplaudiendo tanta impostación en celebraciones públicas y hasta privadas. Reinan la edulcoración, el engolamiento y palabrería insustancial de populistas, protocolares y encopetados ansiosos de oropeles a su paso.
En definitiva, cascarón, sin visión de un Perú de aquí a 50 años.