Con diversos hechos de intentos de tomar el Congreso y actos violentos se cumplió la jornada de protesta denominada la “Toma de Lima” del miércoles 19 de julio. Esta manifestación tuvo eco en diferentes regiones del país con secuelas que permitieron ver que nuestro país todavía tiene muchas cosas por definir como parte de su identidad política. En conclusión: las manifestaciones que pide el adelanto de elecciones generales y están contra el Congreso se desinflaron.
Las marchas reflejaban el descontento de la población hacia nuestra clase política, pero a la vez primó la necesidad de seguir reactivando la economía social. Además, durante las protestas se dieron otros hechos que lamentablemente restan credibilidad a esta jornada. En primer lugar, surgieron grupos que abogaban por la libertad de Pedro Castillo. Poco o nada recuerdan que el exmandatario purga prisión preventiva por el fallido golpe de Estado y atentar contra nuestra Constitución, por lo tanto la restricción es válida porque forma parte de un proceso legal.
Otro de los pedidos es el de una nueva constitución. Aunque resulta válido buscar un nuevo ordenamiento para nuestras normas, lo cierto es que esa lucha debe darse en el nivel legislativo.
De igual forma, se tuvieron diversos enfrentamientos y atentados contra la propiedad. En Huancavelica se intentó quemar la puerta de la sede de la Prefectura, de la misma forma, en Lima se dieron enfrentamientos entre manifestantes y policías. También se dieron detenidos por atacar a los efectivos policiales junto con otras faltas.
Este tipo de situaciones solo desmerecen cualquier protesta. Si no tenemos en cuenta que el respeto a los derechos de los demás es parte fundamental de cualquier manifestación, todavía estaremos lejos de madurar como sociedad y de lograr mayor respaldo a la protesta pacífica.
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