La gran celebración nacional 2024 se fue más con pena que gloria. En lo que queda del año ya no habrá otro evento significativo que valore los 200 años de independencia nacional. Si bien las autoridades y medios hicieron esfuerzos destinados a recordar el significado de la batalla de Ayacucho en la pampa de la Quinua, la efeméride no pasó más allá de titulares, columnas de opinión y el desatinado discurso político del gobernador regional de Ayacucho, Wilfredo Oscorima.
“No hay nada que celebrar” frecuentemente se oye y se lee más en los medios digitales que en los tradicionales. En efecto, sin compartir en su totalidad la dichosa expresión, ¿qué nos dejó la independencia a la luz de los resultados? ¿Acaso el dominio español no fue suplantado por una cadena de dominios de extranjeros, militares, caudillos de poca monta, políticos de medio pelo, criminales organizados, clubes de la construcción, extremistas, ricachones y, entre otros, medios y periodistas pretendiendo manejar la conciencia nacional?
Pregúntese amigo lector si el bicentenario sirvió para fomentar debates entre familiares, amigos y compañeros de trabajo. Salvo contadas excepciones, la respuesta es obvia. Bueno pues, una vez más el interés personal es distinto al oficial. Es un fenómeno mundial. La historia ha quedado escrita en textos y documentos apolillados por falta de uso. Unas cuantas horas de historia en los colegios sirven para repetir superficiales aconteceres sin persuadir a los estudiantes ahondar en los dichos del profesor. Además, la era digital conduce a la población por otras vertientes distintos a los que creen con romanticismo – porque todavía existen – que la bondad, verdad y justicia caen del cielo sin necesidad de trabajarlas codo a codo entre unos y otros como lo hicieron los héroes que por allí están pero olvidados.
En literatura se dice que las narraciones, aún cuando estén mal escritas, deben ser potentes y capaces de conmover al lector. Pero, ¿qué conmueve hoy en día, qué revolotea las entrañas del peruano medio, qué le hace perder al sueño a los millennials, acaso - digo nomás - una seguidilla de frivolidades?
El escritor Arturo Valverde – autor de Un plan para secuestrar a Ribeyro – en reciente evento cultural confesó que vive atormentado buscando al personaje ideal para sus novelas. Me imagino que esos tormentos lo conducen a observar a las personas y, por ellos, estará experimentando un poco de sicología, sociología, antropología, política y otros quehaceres que conducen a conocer un poco más a la raza humana y su devenir. Si pues, quedan pocos escritores tal como se entendía antes de la era Internet. Hoy, sin ánimo peyorativo, los grandes de la literatura, los héroes que dieron origen al bicentenario, los innovadores que impulsan las revoluciones industriales y hombres de fe son avasallados por legiones armados de “datos” que los hacen famosos, alabados y seguidos por sus similares.