Las calles del centro histórico se convirtieron en una pesadilla constante. A cualquier hora del día —mañana, tarde o noche— el tráfico es insoportable. Los carros apenas se mueven, y lo que antes se llamaba “hora punta” ahora es todo el día. Mientras tanto, las autoridades miran hacia otro lado, sin un solo megaproyecto en transporte urbano. Ni alcaldes ni gobernadores han logrado dejar huella solucionando el caos vehicular que nos devora. Solo promesas vacías y más cemento mal planificado.
Pero aquí va una verdad incómoda que nadie quiere decir en voz alta: el gran culpable no es solo el parque automotor, sino el abuso de los estacionamientos callejeros. En cada calle angosta del centro, uno de los dos carriles está invadido por carros estacionados. Algunos hasta bloquean entradas de los bomberos. Son dueños de la calle. Literalmente. Y nadie, ni la Policía Nacional ni los inspectores municipales, los mueve ni les dice nada.
Peor aún: cuando un valiente efectivo policial o servidor edil se atreve a reclamar por ese abuso, el conductor agresor responde con insultos, amenazas o incluso violencia, como los colectiveros de Miraflores que hicieron comer arena a un inspector.
La calle es de todos, pero algunos se creen con derecho a privatizarla sin pagar ni un sol. Es hora de desalojar a los abusivos que usan lo público como su garaje personal. Si las autoridades no hacen nada, se necesita presión ciudadana organizada.
No se necesitan millones ni proyectos gigantescos. Se necesita coraje político y acción inmediata: retirar carros mal estacionados, sancionar con multas ejemplares y liberar las calles para que todos podamos movernos. Porque no hay ciudad digna donde reina el desorden y la ley del más fuerte. Y si tú también estás harto de esto, que tu voz no se quede en silencio. Que reviente esta verdad en todas las redes: ¡las calles no son cocheras!