El mensaje del papa Francisco para la 109.ª Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, que celebramos este domingo 24 de septiembre, lleva por título “Libres de elegir si migrar o quedarse”. En él, el papa nos recuerda «la libertad que debería caracterizar siempre la decisión de dejar la propia tierra» y el derecho que debería tener toda persona «a no emigrar, es decir, a vivir en paz y dignidad en la propia tierra». En muchísimos casos, sin embargo, esa libertad y ese derecho no existen sino que las migraciones son forzadas. Causas como las guerras, persecuciones, desastres naturales y la miseria generan «la imposibilidad de vivir una vida digna y próspera en la propia tierra de origen y obligan a millones de personas a partir». En ese contexto, Francisco hace un llamamiento a los estados y la comunidad internacional para que trabajen en conjunto a fin de asegurar a todos el derecho a no tener que migrar. Nos dice que, por un lado, «debemos esforzarnos por detener la carrera de armamentos, el colonialismo económico, la usurpación de los recursos ajenos, la devastación de nuestra casa común» y, al mismo tiempo, «garantizar a todos una participación equitativa en el bien común, el respeto a los derechos fundamentales y el acceso al desarrollo humano integral».
El fenómeno de las migraciones masivas no es ajeno al Perú. Según datos del INEI, entre los años 1990 y 2020 más de tres millones trescientos mil peruanos migraron a otros países, y en base a datos de la Superintendencia Nacional de Migraciones se calcula que solo en el año 2022 en torno a cuatrocientos mil peruanos viajaron al extranjero y no retornaron (ECData, 25.VII.2023). Es sabido que un elevado porcentaje de ellos han partido urgidos por la precaria situación económica en la que se encontraban acá. Por otro lado, según el portal de ACNUR, más de 7,7 millones de venezolanos han tenido que abandonar su país en los últimos años, y según cálculos locales en torno a un millón y medio de ellos vive en nuestra patria, lo que significa que cerca del 5 % de la población del Perú está compuesta por migrantes de la tierra de Simón Bolívar. Y si dirigimos nuestra mirada a otros continentes encontraremos el enorme flujo migratorio desde África a Europa y el continuo ingreso de migrantes latinoamericanos y caribeños a Estados Unidos de América, un altísimo porcentaje de los cuales lo hace poniendo en riesgo su propia vida.
Ante esta realidad mundial, en el mensaje que estamos comentando el papa Francisco nos exhorta a «reconocer en el migrante no sólo a un hermano o hermana en dificultad, sino a Cristo mismo que llama a nuestra puerta». No podemos negar que entre los migrantes hay personas que vienen a delinquir, pero eso no nos debe llevar a descalificar a todos sus connacionales. Por el contrario, la mayoría de ellos desean insertarse en nuestra sociedad como ciudadanos honrados y responsables y hacen grandes esfuerzos y sacrificios para lograrlo. Por eso, como termina diciendo el papa en su mensaje, estamos llamados a verlos «como unos compañeros de viaje especiales, que hemos de amar y cuidar como hermanos y hermanas». Recordemos las palabras de Jesús: «fui forastero y me acogisteis» (Mt 25,35).