El hallazgo del cuerpo sin vida de Leyla Cristóbal Penadillo, una joven profesora, de 27 años de edad, desaparecida desde el 31 de diciembre de 2024, expone con crudeza de los agresores y de la existencia de feminicidios. Pero, también habla de las profundas fallas en los protocolos de búsqueda y en la respuesta de las autoridades frente a casos de violencia contra las mujeres. El hecho de que su cadáver estuviera enterrado a solo 30 centímetros bajo tierra, en la vivienda de su expareja Roberto Palomino, en el distrito limeño El Agustino, evidencia no solo un acto atroz, sino también una negligencia preocupante: la primera diligencia realizada en esa casa, con perros especializados y luminol, no arrojó ningún resultado. ¿Cómo se permitió que pasaran dos semanas antes de dar con una evidencia tan contundente?
La muerte de Roberto Palomino, señalado como principal sospechoso, tres días después de la desaparición de Leyla en la carceleta de la comisaría, agrava el manto de dudas que rodea este caso. Su fallecimiento, aún sin esclarecer, no solo priva a la familia de Leyla de obtener respuestas directas, sino que también deja en el aire interrogantes sobre la seguridad y transparencia de los procedimientos policiales. En un país donde cada día más mujeres son asesinadas y desaparecen, resulta inadmisible que los sistemas diseñados para protegerlas sigan fallando en momentos críticos.
Este caso no puede ser uno más en la larga lista de feminicidios y desapariciones que indigna a nuestro país. Es urgente que el Estado invierta en la capacitación y equipamiento de las fuerzas policiales, que mejore los protocolos de búsqueda desde el minuto cero y que garantice la rendición de cuentas en cada etapa del proceso. La historia de Leyla, una joven llena de sueños que acabó enterrada en un espacio que las autoridades debieron inspeccionar con mayor rigurosidad, debe convertirse en un llamado para que jamás se repita una tragedia como esta.