Vivimos en una época en la que la verdad puede ser falsificada con una precisión escalofriante. La inteligencia artificial, herramienta capaz de lograr avances médicos, científicos y educativos, también abrió una grieta ética sin precedentes: la creación de voces falsas que simulan ser reales, incluso con intenciones criminales. El reciente caso del jefe de la Autoridad Nacional de Control del Ministerio Público, Antonio Fernández Jerí, al parecer confirma esta amenaza. Supuestamente fue extorsionado con audios generados por IA que, aunque técnicamente “creíbles”, se denunció que fueron fabricaciones diseñadas para destruir su imagen y coaccionarlo a renunciar.
Este no es un hecho aislado ni de ciencia ficción: es el presente y el futuro inmediato de la manipulación política y social. Ya no se necesitará que un político diga algo para que lo “diga” públicamente. Bastará con una IA entrenada con su voz y una narrativa diseñada para alimentar escándalos, polarización o miedo.
La pregunta ya no es si esto puede ocurrir en campañas electorales, sino cuándo comenzará a usarse de forma sistemática. Estamos en la antesala de una guerra política dominada por falsas declaraciones generadas por máquinas. ¿Estamos preparados? La legislación está muy por detrás, y los protocolos de verificación de evidencia digital, aunque existentes, no tienen la capacidad de actuar con la inmediatez que exige el impacto viral de una noticia falsa. Mientras tanto, la reputación, la vida y la estabilidad institucional de personas inocentes puede quedar arrasada en cuestión de horas.
La democracia se debilita no solo por la corrupción o la ineficiencia, sino por la mentira disfrazada de verdad tecnológica. Es hora de abrir los ojos: la próxima batalla no será por ideas, sino por el control de la narrativa digital.