El juramento de Nicolás Maduro para un tercer mandato presidencial, en medio de denuncias de fraude electoral, representa un capítulo oscuro en la historia política de Venezuela. Las imágenes del alto mando militar y los pocos aliados internacionales respaldando su asunción no solo muestran un aislamiento creciente, sino también la consolidación de un poder que se alimenta de la coerción y la imposición. En un país donde las instituciones han sido sistemáticamente debilitadas, la posibilidad de un cambio democrático parece cada vez más lejana, aunque el fervor opositor aún persiste.
María Corina Machado y Edmundo González han dejado claro que el camino hacia la transición no será sencillo. Las declaraciones de Machado sobre un “golpe de Estado” y la negativa de González a regresar al país bajo condiciones adversas reflejan la complejidad del escenario político. Aunque González asegura haber obtenido el 70 % de los votos, la falta de mecanismos electorales transparentes dificulta respaldar estas afirmaciones con pruebas contundentes. El régimen de Maduro, que controla tanto el espacio aéreo como el aparato represivo del Estado, parece determinado a neutralizar cualquier intento de oposición activa.
Sin embargo, esta situación no puede analizarse solo desde una perspectiva interna. La comunidad internacional, aunque vocal en su apoyo a la oposición, enfrenta sus propias limitaciones. Las declaraciones de respaldo por parte de Estados Unidos y otros países no se traducen en acciones concretas que puedan cambiar el curso de los acontecimientos en Venezuela. Mientras tanto, los venezolanos continúan viviendo las consecuencias de un modelo político que prioriza la supervivencia del régimen sobre el bienestar de la población.
La resistencia de la oposición venezolana es admirable, pero el tiempo corre en contra. Cada día que pasa sin una estrategia clara para restablecer el orden constitucional refuerza el control de Maduro sobre el país. Es momento de que las fuerzas democráticas, tanto dentro como fuera de Venezuela, articulen un plan de acción cohesivo. La lucha por la democracia no puede ser solo un esfuerzo simbólico; debe transformarse en un movimiento tangible que ofrezca esperanza a millones de venezolanos que anhelan un futuro mejor.