Lerner Choque Laura o el tiktoker Kevin autistas no fue una estadística ni un caso aislado. Fue un joven universitario con autismo que creyó en la educación como camino de inclusión y terminó siendo víctima de un sistema que no supo —o no quiso— protegerlo.
Durante cinco años luchó por formarse profesionalmente en una universidad pública que debía garantizarle igualdad, respeto y acompañamiento. En lugar de eso, su familia denuncia que recibió burlas, hostigamiento y expresiones degradantes por su condición, en un espacio que debía ser seguro.
Kevin no murió solo por una decisión personal. Murió rodeado de silencios institucionales, de protocolos que no se activaron y de una indiferencia que pesa más cuando la víctima es distinta. Cuando un estudiante con discapacidad pide ayuda y no la recibe, el fracaso es colectivo.
La tragedia expone una verdad incómoda: muchas universidades hablan de inclusión, pero no están preparadas para practicarla. La Defensoría Universitaria, los canales de denuncia y los apoyos psicológicos existen en el papel, pero no siempre llegan cuando más se necesitan.
Que Sunedu haya enviado una comisión a la UNSA es un paso necesario, pero insuficiente si no se traduce en responsabilidades claras. Supervisar no es solo revisar documentos; es escuchar a las víctimas, identificar fallas y corregir prácticas que normalizan el maltrato.
Kevin fue víctima de un entorno que no entendió su condición ni su valor. Recordarlo solo como un joven que se quitó la vida sería injusto. Kevin fue, ante todo, un estudiante que pidió respeto. Y el país le debe una respuesta que vaya más allá del luto y alcance la justicia.
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