Opinión

Jornada Mundial de los Pobres

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En su mensaje para la IX Jornada Mundial de los Pobres, que celebramos este domingo, el Papa León XIV nos recuerda que «es una regla de fe y un secreto de la esperanza que todos los bienes de esta tierra, las realidades materiales, los placeres del mundo, el bienestar económico…no bastan para hacer feliz el corazón». Por el contrario, sigue diciendo el Papa, «las riquezas muchas veces engañan y conducen a situaciones dramáticas de pobreza, la más grave de todas es pensar que no necesitamos a Dios y que podemos llevar adelante la propia vida independientemente de Él». En efecto, la mayor pobreza es no conocer a Dios.

Lamentablemente, muchas personas no son conscientes de eso y piensan que los bienes materiales, el poder humano, las estrategias mundanas, etc. les bastan para alcanzar la dicha. No se dan cuenta de que, por esa vía, poco a poco se van quedando vacíos, volviendo fríos e insensibles. Terminan haciendo un ídolo del dinero y, por tenerlo, abandonan a Dios, sacrifican su vida familiar, las amistades, el descanso y hasta su propia salud. Fíjense que vida tan pobre: sin Dios, sin familia, sin amigos, sin vivir la gratuidad del amor. Todo se reduce a productividad e intercambio comercial: te doy para que me des.

En ese contexto, que es cada vez más global, el Papa León nos dice que los pobres de recursos materiales pueden ser verdaderos testigos de esperanza porque, al no tener dinero ni poder, son más proclives a apoyarse en Dios y poner su esperanza en Él, que no defrauda. Así, «las riquezas se relativizan, porque se descubre el verdadero tesoro del que realmente tenemos necesidad» y se experimenta que el verdadero camino de la vida no depende de la fuerza humana, por más necesaria que en ocasiones sea, sino de la promesa de Dios que es siempre fiel. Entonces se descubre también que, como escribió san Pablo: «somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo» (Flp 3,20) que nos ha salvado con su muerte y resurrección. De ahí se deriva que, como sigue diciendo el Papa en su mensaje, los pobres deben estar en el centro de toda la acción pastoral de la Iglesia, pero «no son objeto de nuestra pastoral, sino sujetos creativos que nos estimulan a encontrar siempre formas nuevas de vivir el Evangelio hoy».

No debemos olvidar las palabras de la carta de Santiago: «Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de ustedes les dice: “Vayan en paz, abríguense y sáciense”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (St 2,15-16). Por eso, León XIV con toda razón nos dice que quien carece de caridad no sólo carece de fe y esperanza, sino que quita la esperanza a los demás. En cambio, quien tiene esperanza asume las responsabilidades coherentes con la historia y, sin dejar de afrontar las causas estructurales de la pobreza, se ejercita en la caridad que «representa el mayor mandamiento social» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1889). Quienes así obran, llegarán a escuchar las palabras de Jesús: «tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron…cada vez que lo hicieron con estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25, 35-40).

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