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Generación Z: el voto joven que puede reescribir el 2026

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DIARIO VIRAL

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A pocos meses de las Elecciones Generales de 2026, la presencia de la generación Z empieza a mover el tablero electoral peruano con un peso que no había tenido antes. Son los ciudadanos nacidos entre 1997 y 2012, un grupo que llegará a la jornada electoral con más de siete millones de personas habilitadas para votar, cifra que supera a la de cualquier generación joven previa en un proceso democrático reciente. Su participación puede modificar resultados en contiendas ajustadas, y lo hace en un país donde la volatilidad electoral es una constante desde el año 2000.

Observar este fenómeno desde la distancia generacional tiene un sentido particular. Para quienes pertenecemos a la llamada Generación Silenciosa, que crecimos en un país con instituciones frágiles y bajo formas de autoridad vertical, la irrupción de una generación que toma decisiones en redes abiertas, con acceso inmediato a información global y con una relación distinta con la política, produce una expectativa que no es menor. No se trata de esperar que la juventud resuelva lo que el país no ha sabido ordenar, sino de constatar que en cada ciclo histórico el relevo trae consigo nuevas formas de entender la responsabilidad pública. Ver votar a quienes podrían ser bisnietos permite dimensionar el tiempo transcurrido y, a la vez, reconocer que la democracia es siempre un trabajo inacabado.

La generación Z se informa en plataformas digitales, participa en conversaciones distribuidas y responde con rapidez a estímulos políticos. Este patrón está documentado en estudios de participación juvenil en América Latina y se replica en el caso peruano, donde los consumos informativos migraron con fuerza hacia formatos cortos y audiovisuales. Este cambio altera la manera en que los partidos intentan captar adhesiones, porque los discursos tradicionales pierden eficacia frente a audiencias que revisan datos, verifican declaraciones y se organizan por afinidad temática más que por estructura partidaria.

Sin embargo, la misma lógica que amplía la participación también expone a riesgos. La circulación acelerada de contenidos sin verificación ha sido un factor relevante en procesos electorales recientes. La Z no está al margen de esos entornos. Es una generación que puede impulsar renovaciones, pero también quedar atrapada en dinámicas que fragmentan el debate público. En un país con más de veinte años de inestabilidad y con niveles de confianza institucional entre los más bajos de la región, la responsabilidad de los electores jóvenes será determinante.

Desde la mirada de alguien que ha visto ciclos completos de crisis y reconstrucciones, la llegada de esta generación no despierta nostalgia, sino la convicción de que cada etapa ofrece una posibilidad. La expectativa no está en un giro súbito ni en un liderazgo providencial, sino en la opción real de que millones de peruanos jóvenes puedan orientar el país hacia una convivencia más justa. La política, cuando se la entiende como servicio, permite tender puentes entre generaciones que rara vez se encuentran en un mismo plano.

En las elecciones de 2026, la presencia de la Generación Z no será un dato secundario. Será una prueba para el sistema político y también para quienes, desde la experiencia acumulada, reconocemos que el país ha llegado a un punto donde la responsabilidad intergeneracional puede marcar la diferencia.
 

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