¿De qué hablamos cuando hablamos del centro político en el Perú? El elector, a quien sin problema alguno podemos exonerar del conocimiento de la teoría política –ya bastante tiene con pagar extorsiones e impuestos (¡vaya redundancia!), mantenerse alerta en la calle de no ser asaltado o estafado, o sudar en frío cada vez que cruza un puente deteriorado por los fuertes aguaceros o por algún expediente técnico homicida–, identifica el centro no por su doctrina, inexistente para más inri, sino por quienes se han identificado o promocionado con dicha posición en el tablero de las corrientes políticas a lo largo de infortunadas o logradas campañas electorales.
Pero para hallar al centro, ¡menuda faena!, hay que identificar primero los extremos. En el país de los puentes desplomados (no caídos), de ministros vitoreando al autismo y de congresistas solicitando a la delincuencia local (por amor a la patria) poner freno a la delincuencia extranjera, los extremos están alimentados de extravagantes parodias más que de influencias políticas. La extrema izquierda quiere nacionalizar cuanto recurso surja de la tierra o se posicione sobre ella, resuelve el problema de la paupérrima calidad universitaria del Estado con leyes que crean cuarenta universidades de golpe, o pide a gritos devolverle el guantazo a Trump con aranceles leoninos desde nuestra modesta economía liliputiense.
La extrema derecha, menos copiosa que su antípoda (aunque según la agenda, pueden atraerse tóxicamente), suele abominar de la ciencia y sus evidencias, da en ofrenda los beneficios del libre comercio a cambio de suprimir la ideología woke y aplaude la dictadura rusa si ésta desenvaina el sable contra los homosexuales. Parodias peligrosas, eso sí, pero parodias al fin y al cabo.
Si estos son los extremos, no es difícil hallarse en el centro. Habría que ser bastante más que imaginativo para elegir un lugar diferente al centro estando fuera de estas coordenadas. Pero el Perú siempre ha sido prolífico en estas materias. Démosle tiempo, nada más.
En consecuencia, en el centro hay asiento para casi todos. Es un club que no discrimina. Ninguno de los gobiernos centristas, es cierto, nos llevó al descalabro financiero al nivel de lo ocurrido en los setenta y ochenta, ni llevó al paroxismo al proteccionismo o la anticiencia, que los hubo y aún hoy en cierta manera; y claro, sus gobiernos no cruzaron la frontera hacia la tiranía por más apetencias que hubiese. Sin embargo, ninguno de ellos redujo el gasto público, al contrario, se mantuvieron y hasta se crearon más programas sociales y ministerios, las empresas estatales quedaron indemnes, y otros más afanosos nos legaron elefantes blancos destinados, obviamente, al pago de una deuda sempiterna.
El centro se congracia. Y en el devenir, relega las reformas. ¿Necesitamos hoy otro centro?, ¿habría que creer en la llegada del “verdadero centro” en estas próximas elecciones? La necesidad del centro para hacer posibles las reformas que necesita el país es el mito que algún liberal, sin complejo de inferioridad, debería desterrar.