Opinión

En la cola del pesimismo: ¿Qué nos roba la paz en la fila del pan?

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DIARIO VIRAL

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Andrés va rápido a comprar el pan del domingo. Está contento, pensando en el café que disfrutará con sus hijos y nietos. Sin embargo, al hacer la cola, escucha a la gente desconocida hablar de las extorsiones que azotan el país. Pequeños negocios son amenazados; choferes son asesinados para imponer cuotas y disputas territoriales con bandas rivales. No hay seguridad policial. El ministro del Interior comenta que la llegada de delincuentes extranjeros hace extrañar a los nacionales. La corrupción política y el tráfico caótico completan el cuadro sombrío. Cuando Andrés regresa a su desayuno familiar, ya no es el mismo hombre tranquilo.

Este hecho va más allá de una queja puntual. Revela una “dialéctica de la desesperanza”. Un ciclo donde los problemas reales (como la inseguridad) chocan con la impotencia, sin generar una salida constructiva. La queja se convierte en el lenguaje común, creando una narrativa colectiva autoderrotista. El filósofo Byung-Chul Han lo explica como una “violencia neuronal” por el exceso de estímulos negativos.

La neurociencia añade que esta negatividad no solo se escucha, se ve y se siente: hombros caídos, miradas evasivas. Este lenguaje corporal refleja y a la vez alimenta un estado de alerta constante (activando la amígdala), generando un estrés crónico y desgastante que luego llevamos a nuestras familias, alterando el ambiente en el hogar.

Históricamente, no siempre los temas de conversación diaria fueron tan negativos. La actual saturación mediática y el aumento alarmante de la criminalidad, como lo muestran las estadísticas oficiales que reportan miles de extorsiones y asesinatos solo en Lima en 2025, amplifican la sensación de caos y peligro constante, un caldo de cultivo para la angustia social.

Frente a esto, surge una pregunta crucial: ¿Somos solo víctimas? El pesimismo en la cola del pan, aunque comprensible, es también un acto que renuncia a construir micro-espacios de paz. Como enseñó Viktor Frankl, la última de las libertades humanas es “la actitud con que enfrentamos un destino que no elegimos”.

Así, las colas para comprar el pan se convierten en escenarios de catarsis colectiva, donde el disgusto social se desahoga y se multiplica, afectando no solo el ánimo individual, sino también la calidad de las relaciones interpersonales inmediatas, cerrando un círculo difícil de romper sin un cambio profundo en el entorno y en nuestro propio diálogo interno. Romper este ciclo exige, primero, la valentía de proteger nuestra paz interior como un bien preciado y, segundo, la audacia de sembrar, en la pequeña parcela de realidad que nos toca, una semilla de diálogo diferente.

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