Un accidente es, por definición, un evento inesperado, que no se podía prever y que, por lo general es causal de daños, de consecuencias negativas. Por otro lado los riesgos son previsibles, eventos que tienen una alta probabilidad de repetirse sea por frecuencia sea por temporalidad.
Los responsables de la caída del puente de Chancay, al norte de Lima, que ha causado tres muertos y el colapso económico de la zona, no pueden hablar de un accidente motivado por las fuerzas de la naturaleza. No lo es porque la crecida de las aguas de los ríos en la costa del Perú es un evento que se repite todos los años entre enero y marzo. Las sequías más bien son las excepciones. Los huaicos que irrumpen en las quebradas son la normalidad.
Pero la misma naturaleza, en su sabia generosidad nos brinda una ventana de calma, nueve meses entre abril y diciembre, para que se puedan hacer las obras que se requieren para contener las crecidas de los ríos estacionales. Es en ese periodo donde se debe descolmatar, hacer muros de contención, riachuelos de desfogue, acumulación de agua, limpieza de quebradas y, cómo no, reforzamiento y mantenimiento de puentes.
Cada año asistimos a lo mismo. Desesperadas autoridades que recién se acuerdan de cumplir con su función: congresistas que alzan la voz, alcaldes que reclaman, gobernadores que denuncian, ministros que se justifican.
Todos hablan a la vez pidiendo se declare en emergencia la zona afectada para salvar la situación. Lo hacen porque la declaración de emergencia es la antesala del negocio, de la licitación a dedo, de la convocatoria al amigote, de la gran corrupción.
La caída del puente de Chancay es una metáfora de la caída del puente que debe unir la decencia con la Constitución y llevarnos a ese destino llamado institucionalidad. Ese puente se ha roto hace años. Desde mi punto de vista se agravó cuando un individuo de apellido Vizcarra y nombre Martín se apropió mediante la traición del sillón presidencial. Desde allí contaminó con la corrupción todo, agravando lo que ya estaba presente pero en estado más incipiente.
Nunca he visto un elenco político más deteriorado que el actual, que está instalado en el Congreso y el gobierno, pero también en las alcaldías y gobernaciones. Aprendamos del error. El Perú no merece esta situación.