Opinión

El pequeño tambor que sostiene la gran identidad arequipeña

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En el corazón de Arequipa, donde la historia dialoga con la piedra volcánica y el tiempo parece avanzar al ritmo propio de la tradición, el Tuturutu se mantiene como uno de los símbolos culturales más entrañables y persistentes. Su figura, ubicada en la Plaza de Armas, es más que un simple elemento ornamental: es un recordatorio vivo de la memoria colectiva, de la identidad y del espíritu rebelde y festivo que caracteriza a los arequipeños.

El Tuturutu, ese soldado que según la tradición redoblaba el tambor para anunciar acontecimientos importantes, se ha convertido en un ícono que trasciende lo estético. Representa la voz de la ciudad en sus momentos decisivos: las celebraciones, las proclamaciones y también las resistencias. En una urbe marcada por su carácter cívico, este pequeño tamborillero se ha transformado en metáfora del ciudadano arequipeño: vigilante, orgulloso y siempre listo para defender lo suyo con firme convicción.

Más allá de su valor histórico, la importancia del Tuturutu radica en su capacidad para conectar generaciones. Niños, jóvenes y adultos reconocen su figura inmediatamente; aparece en ilustraciones escolares, en souvenirs turísticos, en la literatura local y hasta en la iconografía de festividades contemporáneas. Esa presencia cotidiana lo vuelve un puente simbólico entre el pasado y el presente, entre la Arequipa colonial y la moderna metrópoli que hoy sigue creciendo con sorprendente intensidad.

Además, el Tuturutu es una invitación permanente a reflexionar sobre la conservación de nuestra identidad cultural. En tiempos en que la globalización tiende a uniformar las expresiones locales, mantener vivo un símbolo propio fortalece el sentido de pertenencia. Arequipa no solo exhibe su patrimonio material sus casonas, iglesias y monasterios sino también estos elementos simbólicos que construyen comunidad y refuerzan la riqueza emocional que compartimos.

Por ello, el Tuturutu no debe ser visto como un simple adorno urbano, sino como un guardián silencioso de la memoria arequipeña. Su tambor, aunque no se escuche, sigue marcando el compás de una ciudad orgullosa de su historia y consciente de que su cultura se reafirma en estos pequeños grandes símbolos que perduran y nos acompañan siempre. Mantenerlo vivo es mantener viva a Arequipa.

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