Miles de adolescentes están recibiendo en estas semanas el sacramento de la Confirmación, a través del cual Dios les envía en plenitud el Espíritu Santo, como sucedió con los apóstoles el día de Pentecostés. La Confirmación nos introduce más profundamente en la filiación divina, nos une más firmemente a Cristo y a la Iglesia y nos capacita para difundir y defender la fe, con nuestras palabras y nuestras obras, como verdaderos testigos de Jesucristo muerto y resucitado. La Confirmación, entonces, lleva a plenitud el Bautismo y requiere una adecuada preparación y posterior acompañamiento para que el don que transmite pueda dar fruto en la vida del confirmado.
Los católicos suelen hacer que sus hijos sean bautizados durante los primeros meses de nacidos. Al hacerlo, los padres y padrinos se comprometen a transmitirles la fe y a cuidar que la vida divina que el pequeño recibe por el Bautismo vaya creciendo en él a través del tiempo. Cumpliendo con ese compromiso, los mismos padres y padrinos deben estar atentos para que, al llegar a la adolescencia, el bautizado acuda a las catequesis para la Confirmación y reciba este sacramento. Su responsabilidad, sin embargo, no termina ahí, sino que incluye la grave tarea de custodiar que su hijo o ahijado, una vez confirmado, viva con coherencia la fe cristiana.
Lamentablemente, muchas veces los padres y padrinos olvidan esta tarea y abandonan a los adolescentes justamente cuando, por las circunstancias propias de la edad, más los necesitan para estos efectos. Sería bueno, entonces, que los adultos nos preguntemos si estamos o no cumpliendo con nuestra responsabilidad como padres o padrinos; y si descubrimos que no lo estamos haciendo bien, pidamos a Dios que nos ayude a asumir la misión que nos corresponde.
En cuanto a los adolescentes que están recibiendo la Confirmación, es preciso recordar que la recepción de este sacramento no implica haber cumplido con una obligación moral después de la cual ya no hace falta volver a la Iglesia hasta el día de contraer Matrimonio. Por el contrario, el Espíritu Santo que recibimos por la Confirmación es un don, un regalo de Dios, que requiere ser custodiado y alimentado para que la vida divina crezca cada vez más en nosotros. Para ello, la Iglesia nos brinda cuatro medios. El primero es la oración. Es muy importante rezar, aunque sea un poquito cada día en casa, para darle gracias a Dios por todo lo que nos da y pedirle que nos conceda ser buenos cristianos. El Papa Francisco aconseja leer cada día un párrafo de la Biblia y meditarlo. El segundo medio es participar en la Misa, al menos los domingos, porque al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibimos su mismo ser en nosotros; para ello es también preciso que acudamos periódicamente al sacramento de la Confesión, a través del cual Dios restablece en nosotros la gracia que perdemos por nuestros pecados. El tercer medio es participar activamente en la vida de la Iglesia, sea formando parte de un grupo parroquial, una comunidad o movimiento en el cual, junto con otros hermanos, avanzamos juntos en la vida cristiana. El cuarto medio son las obras de misericordia o caridad, a través de las cuales la fe se hace operante y crece en nosotros hasta llevarnos a la vida eterna.