Opinión

El don del Espíritu Santo

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DIARIO VIRAL

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Este domingo celebramos la solemnidad de Pentecostés, fiesta que conmemora el envío del Espíritu Santo sobre los apóstoles que, con la Virgen María, estaban reunidos en el Cenáculo. El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, vínculo y fruto de la comunión entre el Padre y el Hijo. Su obrar es decisivo en la historia, desde la creación del mundo hasta su consumación al final de los tiempos. Por citar sólo algunos ejemplos, podemos recordar que el Espíritu Santo hizo posible que la Virgen María concibiera en su seno a Jesús. Es también quien llevó a Jesús al desierto y lo defendió ante las tentaciones del diablo. Es el mismo Espíritu  que guió a Jesús en su vida terrena. Con su fuerza, Jesús pasó por este mundo haciendo el bien, anunciando el Evangelio, expulsando demonios, curando enfermos y resucitando muertos. Finalmente, fue el Espíritu Santo quien sostuvo a Jesús en la cruz y al tercer día lo resucitó de entre los muertos.

Con el envío del Espíritu Santo concluye el proceso fundacional de la Iglesia, que Jesús mismo comenzó durante su vida terrena. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia. Es quien la guía, la sostiene, protege y potencia para que cumpla la misión que le corresponde en este mundo. La Biblia nos narra que los apóstoles fueron transformados cuando recibieron el Espíritu Santo y que guió a los primeros cristianos en la difusión del Evangelio. El Espíritu Santo es, además, el vínculo de comunión que mantiene unidos a los cristianos entre sí y a ellos con Dios. Además, dice san Pablo que, al igual que pasó con Jesús, quienes poseen el Espíritu Santo serán resucitados por Él después de la muerte.

El prodigio de Pentecostés no es un acontecimiento cerrado y agotado en el tiempo, sino que se actualiza en el hoy de la historia de quienes lo celebran, independientemente de la situación en la que se encuentren, porque el Espíritu Santo no es un premio para los que se portan bien sino que es un regalo, un don, que Jesús ha ganado en la cruz para todos: justos y pecadores.

Tal vez usted, querido lector o lectora, vive apartado de la Iglesia, o quizás se encuentra en una situación en la que considera que en la Iglesia no hay espacio para usted. Puede estar seguro de que eso no es cierto. La Iglesia es como una buena madre que tiene sus brazos y su corazón siempre abiertos, de par en par, para acogernos a todos, con nuestras virtudes y nuestros defectos, con nuestras obras buenas y también con nuestros pecados. La Iglesia ha sido fundada por Cristo para la salvación del mundo, para llevarnos al encuentro con Dios, para que también nosotros podamos disfrutar de la plenitud del Cielo por toda la eternidad.
Por eso, desde estas líneas invito a todos, sin excepción, a abrir sus corazones al Espíritu Santo. Digámosle: “Ven, Espíritu Santo, asísteme, ayúdame, enséñame el camino de la vida; yo quiero ser realmente feliz, quiero vivir plenamente en este mundo y alcanzar la vida eterna”.

No tengamos miedo, porque el Espíritu Santo no viene a quitarnos nada de lo que hace la vida bella; por el contrario, viene a darnos aquello sin lo cual jamás podríamos disfrutar realmente la vida.

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