Arequipa no sería Arequipa sin su centro histórico. Declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en el año 2000, este espacio no solo es una joya arquitectónica tallada en sillar blanco, sino también el alma viva de una ciudad que respira historia, arte y tradición.
Caminar por sus calles empedradas es revivir la identidad mestiza que forjó la república. Cada casona, templo o monasterio es testigo silencioso de episodios cruciales de la vida peruana. La plaza de Armas el corazón simbólico de la ciudad es punto de encuentro, escenario de protesta y celebración. A su alrededor se alzan la Basílica Catedral, el palacio municipal y edificios coloniales que conservan la imponente impronta barroca mestiza.
Pero su valor va más allá de lo monumental. El centro histórico de Arequipa es un espacio cultural activo. Allí florecen galerías, librerías, museos y cafés que fomentan el debate, la creación artística y el disfrute estético. Es en estos lugares donde los jóvenes artistas encuentran una vitrina, donde los libros hallan lectores y la música tradicional se mezcla con nuevas expresiones urbanas y contemporáneas.
En fechas clave como el aniversario de la ciudad o las tradicionales “noches de museo”, se observa con claridad la efervescencia cultural del centro. Sus calles se llenan de danza, teatro, pintura al aire libre y rutas patrimoniales que conectan a los arequipeños con su herencia sin necesidad de intermediarios. Estas iniciativas demuestran que el patrimonio no está condenado a la contemplación pasiva, sino que puede integrarse a la vida cotidiana con creatividad e inclusión.
Sin embargo, este rol se ve amenazado por la presión inmobiliaria, el abandono estatal y una visión mercantilista del turismo. Convertir al centro en un decorado para la foto fácil, sin comprender su profundidad simbólica, es una afrenta directa a su legado.
Preservar su autenticidad no es solo tarea de las autoridades, sino de todos. Cuidar sus muros es cuidar nuestra historia. Porque el centro histórico no es un museo: es un escenario vivo donde se forja, cada día, la identidad arequipeña.