Opinión

El arte de pasear con uno mismo

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DIARIO VIRAL

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Hay mañanas en las que caminar no es solo moverse, sino ‘habitarnos’. El hombre que recorre el parque al alba, respirando el aroma fresco de las hierbas, no avanza hacia un destino, sino hacia sí mismo. 

Los recuerdos llegan como flechas que lo visitan sin aviso: amigos que fueron hermanos, risas que aún resuenan, versiones de su yo que parecen aguardarlo en los pliegues del tiempo. No es nostalgia; es filosofía en acto.  

San Agustín escribió (me trae recuerdos de mi universidad, la UNSA), el pasado no se va, sino que ‘reside en la memoria, presente en su presente’.   Este paseante no huye del hoy, sino que expande su ahora al dejar que lo vivido dialogue con él, una manera de darse la mano entregando memorias. 

No es un escape, sino una forma superior de atención, cercana a lo que Bergson llamó ‘duración’: ese tiempo elástico —me hace recordar a la masa que estiraba mamá para hacer su keke— donde los momentos no se suceden, sino que se insertan.  

Hay algo de Nietzsche en este ritual. Si el eterno retorno fuera cierto, cada evocación sería un reencuentro necesario.  Es como estar sentado en la mesa del alma con nuestros otros yoes. Pero, también hay algo de Proust: el perfume de las plantas actúa como la magdalena que desencadena un mundo o cuando percibimos el dulce aroma de alguna golosina de nuestra infancia, nos trae de inmediato las caritas de nuestros amiguitos y las calles por donde hicimos palomillada y media. 

El hombre no recuerda; vive de nuevo, y al hacerlo, se recompone.   En esta época obsesionada con la productividad, detenerse a conversar con las propias sombras parece un lujo, una costumbre obsoleta. Pero, es en realidad, un acto de rebeldía. 

Schopenhauer decía que solo quien escucha su interior accede a la verdadera libertad. Este paseante lo sabe: su caminata no es ocio, sino ‘el arquitecto de un ser completo.  

Al final, el parque no es un lugar, sino un espejo. Y sus árboles, testigos mudos de ese diálogo eterno que, desde Heráclito hasta hoy, sigue siendo la única brújula fiable: el arte de ser, aquí y ahora, todos los que fuimos. 

El pasado no se pierde; habita en uno. Caminar con él no es retroceder, sino aprender a respirar entre tiempos.

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