Los recientes bloqueos de vías en diversas regiones del país, motivados por el paro de trabajadores mineros, generan una severa paralización del transporte y la economía. Las protestas, impulsadas por demandas de mejores condiciones laborales y formalización de la actividad minera, han derivado en la interrupción de rutas clave, afectando tanto a zonas urbanas como rurales. Esta situación no solo visibiliza tensiones profundas entre el Estado y el sector minero informal, sino que también revela la fragilidad de la conectividad nacional ante conflictos sociales no resueltos.
Los perjuicios son múltiples y se sienten en todo el territorio. Decenas de toneladas de alimentos no han podido llegar a los mercados, disparando los precios en ciudades importantes. Pacientes con tratamientos médicos críticos quedarían varados, al igual que turistas y trabajadores. El transporte interprovincial opera con restricciones y numerosas actividades productivas ingresaron en pausa, generando pérdidas millonarias y afectando especialmente a los pequeños comerciantes y productores locales.
Detrás de esta crisis hay una demanda legítima de atención al trabajo minero artesanal y a pequeña escala, muchas veces olvidado en las políticas públicas. Sin embargo, el uso del bloqueo de vías como método de presión expone a la población a una doble vulnerabilidad: por un lado, los trabajadores exigen ser escuchados; por otro, la ciudadanía paga las consecuencias. Esta tensión resalta la necesidad de mecanismos de diálogo más eficaces y preventivos, que eviten llegar al punto crítico de la confrontación. El país lo necesita por el bien de sus ciudadanos