Me preparaba para entrar a la ducha, con algo de fiebre y la garganta en llamas. Comencé con mi clásico calentamiento, rodilla en el pecho, ahora la otra, la rutina de siempre. Hasta que ‘Black Magic Woman’ de Santana aceleró su ritmo y, sin pensarlo, mi cuerpo bailó. No fue un acto voluntario: fue el cuerpo tomando la palabra, recordándome: Aquí estoy, aún vivo.
El filósofo Ortega y Gasset decía: ‘yo soy yo y mi circunstancia’. Pero, a menudo olvidamos que ese “yo” incluye a nuestro cuerpo como cómplice de la existencia. No somos solo mente; somos ‘carnalidad que piensa’. Como Nietzsche afirmaba: ‘Todo lo que es profundo ama la máscara’, y bajo la máscara del dolor, mi cuerpo reveló su epifanía: un ‘Wu Wei’ taoísta, que es la acción sin esfuerzo, que fluye con el ritmo del mundo.
El ‘arrastre rítmico’ (entrainment) lo explica: el cuerpo se sincroniza con la música como las olas con la luna. No hay una razón; hay ‘una inteligencia orgánica’, como la que Bergson llamaba ‘élan vital’. El cuerpo ‘sabe’ antes que la mente. Bailó no por deber, sino porque ‘necesitaba’ afirmarse frente al malestar.
Husserl hablaba del ‘cuerpo vivido’ (Leib), distinto del cuerpo objeto (Körper). Este, no es una máquina: es memoria, deseo, vitalidad. Como escribió Camus: ‘En medio del invierno, aprendí que había en mí un verano invencible’. Mi cuerpo, en su baile espontáneo, fue ese verano. Vivimos alienados en pantallas y tareas, pero el cuerpo nos reclama: ‘No somos cosas, somos acción proyecto’, como diría Sartre.
La próxima vez que te sorprendas moviéndote sin pensar, escucha. Puede que tu cuerpo tenga más sabiduría que todos tus libros.