Así como la pandemia de la covid-19 nos dejó valiosas enseñanzas en el tema sanitario y la necesidad de protegernos y a la vez proteger a los demás, también ha dejado malos hábitos que impactan negativamente en la sociedad. Uno de los ejemplos más resaltantes se puede apreciar en el transporte público que recorre Arequipa todos los días.
Cuando se establecieron las restricciones sanitarias y posterior reanudación de las actividades, el transporte público eliminó que vayan repletos. Recordando en un inicio las unidades solo podían trasladar el 50 % de su aforo total. Ante el menor ingreso por la menor cantidad de pasajeros no alcanzaba para pagar a un cobrador que ayudara al chofer del vehículo.
Sin embargo, cuando ya todo volvió a la normalidad, muchas unidades mantuvieron esa costumbre e implementaron al más puro estilo del ingenio peruano, sistemas para que desde el lado del chofer se abriera la puerta para el acceso de los usuarios. Hasta hoy vemos vehículos en los cuales no hay cobrador y por lo tanto se descuida en parte el control a quienes utilizan el transporte público.
El problema aparece debido a que una sola persona asume funciones y por lo tanto no puede concentrarse al 100 % en manejar un vehículo que transporta a decenas de personas. Y ello conlleva a preguntarse si es que este tipo de situaciones no origina más accidentes, puesto que el conductor no puede estar pendiente completamente de manejar la movilidad.
Los funcionarios del sector transporte tienen un reto pendiente en mejorar la fiscalización a las unidades, ya que estas situaciones se hacen repetitivas al igual que accidentes en el casco urbano de Arequipa que dejan pérdidas lamentables para transeúntes y peatones. La ciudad requiere siempre mejorar el orden.