En Arequipa, el Año Nuevo no es solo un cambio de calendario; es un acto cultural cargado de símbolos que dialogan con la memoria colectiva de la ciudad. Lejos de los fuegos artificiales impersonales y de las celebraciones estandarizadas, el arequipeño conserva prácticas heredadas que mezclan creencias andinas, costumbres familiares y una particular forma de entender la renovación.
Uno de los rituales más arraigados es la quema de muñecos. Estas figuras, hechas de ropa vieja, aserrín y papel, representan el año que se va: sus problemas, frustraciones y también sus aprendizajes. Al prenderles fuego a la medianoche, no se trata solo de un acto festivo, sino de una catarsis social. En barrios tradicionales, la quema se convierte en un evento comunitario, donde vecinos se reúnen, comentan el año vivido y refuerzan lazos de pertenencia.
El uso de ropa interior amarilla es otra costumbre que, aunque parezca trivial, tiene un fuerte contenido simbólico. El color, asociado a la prosperidad y la energía, expresa el deseo colectivo de un futuro mejor. A ello se suma la tradicional vuelta a la manzana con maletas, una práctica que revela la histórica vocación viajera del arequipeño, marcada por la migración, el comercio y la búsqueda constante de nuevas oportunidades.
No menos importante es la mesa familiar. En Arequipa, la cena de Año Nuevo conserva platos que remiten a la abundancia: carnes, panes, frutas y bebidas compartidas sin apuro. Comer juntos es un acto de reconciliación y esperanza, una forma silenciosa de decir que la familia sigue siendo el núcleo desde donde se proyecta el porvenir.
Estas celebraciones, transmitidas de generación en generación, resisten a la modernidad y al consumo acelerado. En una ciudad que cambia urbanísticamente y se globaliza, los rituales de Año Nuevo funcionan como anclas culturales. Nos recuerdan que Arequipa no solo se define por su arquitectura o gastronomía, sino también por estas ceremonias que, cada 31 de diciembre, renuevan la identidad y el sentido de comunidad. Así, cada Año Nuevo reafirma la memoria arequipeña y proyecta esperanza hacia un futuro compartido, donde pasado y presente dialogan sin perder su esencia cultural.
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