Cuando Willy Enrique García Quispe decidió enseñar en una zona rural de la selva peruana, no imaginó cuánto marcaría su vida. Hoy, con 43 años y más de 15 como docente, recuerda su paso por la región San Martín —lejos de su natal Arequipa— como una etapa desafiante, llena de lecciones, sacrificios y, sobre todo, humanidad
Durante casi ocho años, Willy enseñó Matemática en comunidades rurales donde fue mucho más que profesor: también guía, compañero, gestor, psicólogo y hasta consejero matrimonial.
“En esas escuelas conoces realmente a tus alumnos. Al ser pocos, puedes personalizar más la enseñanza y conectar con sus vidas y retos”, explica.
Uno de los casos que más lo marcó fue el de Heiner, un estudiante que, tras la muerte de su padre, asumió responsabilidades de adulto.
“Era el mayor. Su madre trabajaba en chacras ajenas y él, además de ser excelente alumno, acopiaba cacao para ayudar en casa. Su madre quería que solo estudiara, pero él insistía en apoyar. Fue un verdadero ejemplo”.
También recuerda a otro joven que caminaba más de dos horas y media cada día para ir a clases.
Una anécdota que guarda con cariño ocurrió durante un concurso de matemáticas. Aunque la escuela estaba cerca de la ciudad, un río impedía el paso directo, y la carretera era interminable.
“Decidimos cruzar el río. Metimos la ropa en bolsas, cruzamos y nos cambiamos en la casa de un colega. Fue duro, pero hermoso. El regreso fue con sol y una alegría inmensa”.
MULTIFACÉTICO. Además de enseñar, Willy fue director. Desde ese rol, conoció de cerca las carencias del sistema educativo rural.
“La gestión era un reto. A veces los materiales llegaban tarde o nunca. Y lo que más necesitan las escuelas pequeñas es lo que menos reciben”.
El problema, dice, está en el sistema de financiamiento “Hay colegios sin luz, con techos rotos, a los que solo se llega por trocha. Las reparaciones son costosas y los padres, aunque quieren ayudar, muchas veces no pueden”.
En este contexto, el profesor no es solo educador: es el único profesional del lugar y se vuelve referente para todo.
“En la ciudad se respeta al docente, pero no pasa de ahí. En la zona rural, el profesor es el centro del pueblo. Te consultan sobre decisiones comunales, problemas familiares, trámites. Me tocó hasta aconsejar parejas —cuenta sonriendo—. La escuela es el corazón del caserío. Conserva la memoria y la identidad”.
Hoy, Willy trabaja en una universidad, formando a futuros docentes. Ante la pregunta si volvería a enseñar en esta zona señala:
“Un sí y un no. Fue una etapa maravillosa, pero muy exigente. Ahora creo que mi mayor aporte está en la formación. Vi muchos docentes llegar sin herramientas, y entendí que para mejorar la educación rural, hay que empezar desde la universidad”.
También valora poder estar cerca de su familia, aunque eso no le resta compromiso. A quienes inician el camino de ser docentes, especialmente en zonas rurales, les deja un mensaje claro:
“Hagan las cosas con el deseo de trascender. Enseñar no es solo dar clases. Es cambiar vidas”.