Entre los muros coloniales del centro histórico, el X Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), realizada del 14 al 17 de octubre, se convirtió en un espacio de debate sobre el poder de las palabras. El encuentro, que reunió a escritores, periodistas y académicos de todo el mundo, dejó en evidencia una pregunta de fondo: ¿a quién pertenece la lengua?
La inauguración oficial estuvo marcada por la presencia del rey Felipe VI, quien destacó la lengua como símbolo de unión. Sin embargo, su visita coincidió con un contexto político tenso: protestas ciudadanas, reclamos sociales y una crisis institucional que se sintieron en las calles de Arequipa.
Mientras tanto, dentro de los claustros, una tensión más silenciosa dividía opiniones: la que enfrenta a la Real Academia Española (RAE) y al Instituto Cervantes.
El congreso fue mucho más que un evento académico. Funcionó como un espejo de las relaciones entre cultura, política y ciudadanía. La RAE, liderada por Santiago Muñoz Machado, defendió su papel histórico como guardiana de la norma del español. En cambio, el Instituto Cervantes, dirigido por Luis García Montero, apostó por una mirada más plural y abierta, que refleje la riqueza del idioma en cada país hispanohablante.
“El idioma no solo se defiende con reglas, sino usándolo con libertad”, dijo García Montero, marcando distancia de la postura más normativa de la Academia.
Hablar claro como derecho. Uno de los temas más destacados del CILE fue el lenguaje claro. Para el argentino Rafael Oteriño, presidente de la Academia Argentina de Letras, hablar con claridad no es un detalle estilístico, sino una obligación ética.
“Comprensión del lenguaje y claridad lingüística son ahora parte de los derechos ciudadanos”, explicó.
Oteriño subrayó que las instituciones públicas deben expresarse en un lenguaje que la gente entienda. “Emparentar claridad, derechos humanos y servicio ciudadano fue uno de los grandes logros de este congreso”, afirmó.
La grieta entre norma y libertad. La diferencia entre la RAE y el Cervantes simboliza dos visiones del idioma: una que protege la unidad de la lengua y otra que celebra su diversidad.
Para Muñoz Machado, la prioridad es preservar la coherencia lingüística en todo el mundo hispano. Para García Montero, en cambio, la lengua se mantiene viva solo cuando se reconoce su multiplicidad cultural.
Aunque el debate no se hizo público en los escenarios principales, sí fue tema constante en los pasillos, en las comidas y en las conversaciones entre académicos.
Respaldo internacional a la RAE. Mientras el CILE llegaba a su fin, la Real Academia Española tenía que emitir un comunicado firmado por más de veinte Academias de la Lengua Española (ASALE), entre ellas la argentina.
En el documento, las academias respaldan a Santiago Muñoz Machado, director de la RAE y presidente de la ASALE.
“La ASALE quiere reconocer, muy especialmente, el firme liderazgo intelectual y cultural que desarrolla nuestro presidente... La ASALE respalda unánimemente su iniciativa y comparte su programa de actuación tanto en el ámbito institucional como en los numerosos proyectos que desarrollamos al servicio de los hispanohablantes”, señala el comunicado.
Este pronunciamiento fue leído por muchos como una muestra de apoyo político e institucional frente a las tensiones internas durante el encuentro.
Conclusión. El CILE de Arequipa dejó una lección profunda: la lengua puede ser una herramienta de poder o un instrumento de encuentro. El español, con sus más de 500 millones de hablantes, es un patrimonio compartido.
“La lengua es un lugar de consenso, no de dominio”, recordó Luis García Montero. Hablar claro, respetar diferencias y cuidar las palabras son actos de libertad y de responsabilidad ciudadana.