Las devastadoras consecuencias de la plaga de la mosca de la fruta no pasan desapercibidas en los países fruticultores, donde se estiman pérdidas anuales de hasta 100 millones de dólares. En el Perú, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) indica que las pérdidas de productividad que oscilan entre el 30% y el 50% en los cultivos afectados. A pesar de los esfuerzos del organismo, las moscas de la fruta persisten como una amenaza constante, generando estragos económicos tanto a nivel nacional como mundial.
Para contrarrestar este desafío, los agricultores se ven obligados a implementar una serie de medidas integradas de manejo de plagas (IPM). Entre ellas se destacan el monitoreo constante mediante trampas específicas, prácticas culturales como la eliminación de frutas caídas y el control biológico mediante la introducción de enemigos naturales de las moscas, así como la técnica biológica selectiva que consiste en esterilizar a las moscas macho.
Entre estas estrategias, el entierro de frutas caídas y la aplicación de sebos tóxicos emergen como opciones accesibles para los agricultores, ya que pueden adquirirse en tiendas agropecuarias. Estas prácticas ofrecen una barrera efectiva para proteger los preciados cultivos frutales, especialmente en áreas donde los recursos y la infraestructura para el control de plagas pueden ser limitados.
En un contexto donde la seguridad alimentaria y la sostenibilidad agrícola son prioritarias, la implementación efectiva de estas estrategias resulta crucial para garantizar la salud y la viabilidad de la industria agrícola a nivel nacional y global.